martes, 5 de mayo de 2015

UN PASO AL FRENTE

Los cambios no se producen solos. Una sociedad evoluciona lentamente, igual que las personas que la forman, las sociedades, los pueblos, tienen un ciclo evolutivo, que en ocasiones, también conlleva su extinción. Ejemplos hay muchos y renombrados.
También de las cenizas de las antiguas civilizaciones surgen en ocasiones pueblos nuevos, con nuevos, con nuevos bríos, con fuerza renovada, capaces de acometer las empresas civilizadoras más ambiciosas y arriesgadas.
España es uno de esos pueblos.
España, que ya tenía una empresa común antes si quiera de tomar conciencia de su propia grandeza, pergeñó en los últimos años del siglo XV una de las mayores hazañas de los pueblos de la vieja Europa. Con un pié en Granada y otro en Canarias, los reinos de Castilla y Aragón sellan el nacimiento de la primera gran nación moderna, no sólo de Europa, sino en el amplio sentido del término nación, tal y como hoy lo conocemos, del mundo en general. Esta nación, gestada en la búsqueda de un espacio que tras perderlo durante siglos, consideraron siempre como propio, llega, al nacimiento del nuevo siglo, acometiendo la mayor empresa de todos los tiempos: de la Reconquista peninsular, da el gran salto geográfico y mental. Pasa del viejo mundo conocido, al nuevo mundo. El continente americano que se abre ante los ojos de los españoles del siglo XVI supone un cambio radical en la concepción, no solo física del mundo conocido, sino también del viejo pensamiento medieval (monacal) La nueva generación que arriba a América, cambia radicalmente en lo político y especialmente en lo religioso. El español americano es un hombre nuevo, un hombre libre, arriesgado, emprendedor, un hombre capaz de afrontar cualquier reto, cualquier empresa, por arriesgada e imposible que parezca, pues carece del temor que da la seguridad del hogar, del miedo a la pérdida de los seres queridos, no por su ausencia, sino por la seguridad vital que tiene en sí mismo y en la obra que se propone acometer. Este hombre del XVI, el nuevo hombre, se sitúa a sí mismo en el centro de la existencia, la suya propia, entre los suyos: un hombre vale por las obras que es capaz de acometer, quedando la vieja nobleza de sangre, herida de muerte, frente al hombre nuevo: el conquistador. Este hombre es también el nuevo centro de la Creación, también desde el punto de vista teológico: el nuevo hombre, a imagen de Cristo, resume en su vitalidad la visión, no sólo del Cristo redentor, sino la del Cristo humano, cuyo modelo lleva a la unión con el Creador.
No quiero extenderme más, ya que tan sólo quería apuntar unas breves notas del hombre que da lugar en España y en Europa al Renacimiento, particularmente acentuado en el caso español por la ingente obra acometida con la conquista del nuevo mundo.
Es aquí, en los albores del siglo XVI donde nace España, y es aquí donde la nación española, con sus diferentes pueblos, regiones, tradiciones y lenguas decide acometer la mayor de las empresas: España, como unidad en la diversidad.
Pero como decía al principio,los pueblos, igual que las personas, también crecen, y España creció, maduró y enfermó. Los males de nuestra Nación son muchos y sus raíces se hunden tan profundas como las virtudes con las que nació.
Reconquista y Conquista, América y Europa, como campos de batalla, minaron la salud, las vidas y las fuerzas de aquellos españoles emprendedores primero, hacendados después y por último, en su declive, sombras de una nueva nobleza que cayó enferma, como la que sucumbió ante el empuje de los conquistadores.
Y España, tras tres siglos de empresas, de victorias y derrotas claudicó, agotada, abatida, hastiada de tanta conquista, de tanta sangre derramada, España se rindió, capituló ante propios y extraños. Vencida en su interior, sin fuerzas capaces de recrear ese espíritu emprendedor que durante tantos años habia marcado el rumbo de Occidente, España se convirtió en una sombra de sí misma.
Vencida, pero no derrotada. El espíritu que forjó España, dormido durante años, despertó un dos de mayo de 1812, fue un breve despertar, como del sueño de media noche, suficiente para hacernos sentir que como pueblo, aún no estábamos perdidos.
Hoy quiero reivindicar este espíritu del dos de mayo. Hoy sé que España, a pesar de su hastío intelectual y moral, no está perdida como Nación. Nuestra empresa hoy no está en la conquista de nuevos mundos, que ya no hay, ni en la lucha contra el invasor, que ya no existe.
Hoy nuestra empresa es Europa, el ideal  de una gran nación de naciones frente al mundo. El ideal de Roma, Carlomagno, Carlos I, sigue vivo y España ha de tomar las riendas de este gran proyecto. Para eso hay que despertar, abrir los ojos como pueblo, perder el miedo al futuro, perdiendo el miedo al presente, a la vida fácil, a la comodidad y a la divisón que nos invade. Para eso es necesario desandar parte del camino equivocado que tomó España tras el desastre del 98. Desandar el camino de la divisón, de las autonomías, que empequeñecen a esta gran Nación. Volver sobre nuestros pasos y unirnos, porque sólo unidos, sólo con una misma voz, con una misma fuerza, podremos acometer la gran empresa que nuestro siglo reclama: Una España fuerte y unida, ejemplo para una Europa unida frente al mundo.
Esta es mi empresa,y hoy embarco junto a mis nuevos compañeros de viaje en un navío con todas sus velas desplegadas en busca de esta unidad. Este navío es VOX.
Y que sea lo que Dios quiera.

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