miércoles, 14 de septiembre de 2011

¿SINDICALISMO RADICAL?

Simplificando mucho las cosas, los procesos industriales de los siglos XVIII y XIX, y las ideas socialistas, plasmadas fundamentalmente por Engels y Marx, dieron lugar al nacimiento del movimiento sindical.
En sus orígenes el movimiento obrero se organiza para tratar de arrancar mejores condiciones laborales en las nuevas factorías industriales, las cuales casi sin solución de continuidad pasaron de la manufactura a la industria, manteniendo una estructura laboral cuasi-feudal. El movimiento obrero surge como una necesidad, una lucha contra una situación opresiva, donde el factor humano es tan sólo una extensión de la máquina siendo en muchos casos menos valorado que ésta, por su coste y dificultad de sustitución.
Los intentos de humanizar y dignificar el trabajo surgen, no sólo en el ya comentado ámbito marxista, sino también en la Iglesia (Encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII).



En este ambiente, envuelto además por las corrientes nacionalistas del XIX, los obreros se van organizando, logrando primero agruparse y tomar conciencia de la dignidad de su función dentro de la fábrica (“la razón misma del trabajo que aportan los que se ocupan en algún oficio lucrativo y el fin primordial que busca el obrero es procurarse algo para sí y poseer con propio derecho una cosa como suya. Si, por consiguiente, presta sus fuerzas o su habilidad a otro, lo hará por esta razón: para conseguir lo necesario para la comida y el vestido; y por ello, merced al trabajo aportado, adquiere un verdadero y perfecto derecho no sólo a exigir el salario, sino también para emplearlo a su gusto.” Rerum Novarum, 3).
Nace el movimiento sindical. Con mayor o menor fortuna este movimiento va creciendo primero en Europa y Estados Unidos, extendiéndose posteriormente al resto de las economías mundiales, acompañado en ocasiones por posturas políticas radicales (regímenes comunistas y socialistas, en sus diferentes facetas). No quiero extenderme ahora en cómo la práctica totalidad de los regímenes comunistas de principios del siglo XX han sucumbido, persistiendo a día de hoy tan sólo en forma de dictadura totalitaria, sino en el propio movimiento sindical que a día de hoy subsiste, y especialmente en España.
El modelo sindical resurgido con la Transición, recupera elementos propios de los años treinta, sobre todo en lenguaje y formas. Sin embargo ha perdido la fuerza, el empuje y la energía necesarios en el momento actual. Tenemos un movimiento sindical altamente politizado, dependiente de las subvenciones de capital procedentes de las Administraciones, centrado en sí mismo, que funciona más como “empresa sindical” que como plataforma al servicio del trabajador. El modelo ha fracasado, no es representativo, la afiliación sindical en España es una de las más bajas de Europa, y no digamos nada si comparamos los datos con EE. UU. La dependencia de las subvenciones, ésas que ahora se atisba en el horizonte, pueden empezar a faltar, ha creado un sindicalismo “amarillo” en su conjunto, al servicio por lo general de una tendencia política concreta, y que en los últimos diez años, no ha sabido o no ha querido ver cuáles eran las necesidades concretas de la empresa en España.
Salir a la calle y juntar en Madrid a cincuenta o cien mil personas, es fácil, casi cualquiera con un poco de empuje lo logra, pero eso no es “fuerza sindical”, no dice nada, o dice muy poco. El sindicalismo español está muy lejos de la realidad empresarial española, formada básicamente por pequeñas y medianas empresas, cuya situación, más ahora, no permite la aplicación de convenios colectivos sectoriales, pero es más, es un sindicalismo poco representativo (según datos de 2010, tan sólo un 17% de trabajadores afiliados a sindicatos, con una pérdida en 2010 cercana a los 270.000 afiliados – Expansión 24/08/10), un sindicalismo que va perdiendo credibilidad y afiliación, sobre todo en los segmentos más jóvenes.
Si unimos esto a la constante decepción que, para los que estamos afiliados a alguno de ellos, nos supone ver que esas largas negociaciones colectivas dejan abiertas “puertas” por las que el empresario logra eludir en parte el cumplimiento del convenio firmado, el modelo sindical en España hoy, no es válido.



Esta crisis a la que aún le queda un largo periodo va a traer importantes cambios, no sólo en el terreno económico, que ya se están dando, sino además y fundamentalmente en el político (algo diré pronto) en el laboral y desde luego en el ámbito de lo social. Los sindicatos deben adaptarse, y sobre todo deben recuperar el respeto de aquellos a los que representan, renovándose, buscando nuevas fórmulas que compaginen derechos y deberes, tanto del trabajador como del empresario, y para ello, es fundamental la transparencia: un sindicato subvencionado, nunca tendrá la libertad de alzar la voz y denunciar situaciones de injusticia. Un sindicato subvencionado nunca se ocupará lo suficiente de mover a los trabajadores hacia sus filas, única vía para forzar acuerdos válidos con la empresa. Un sindicato subvencionado en suma estará siempre bajo la sospecha de “obedecer a la voz de su amo”, siempre que éste atienda sus “demandas”.

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