jueves, 17 de febrero de 2022

Casado dimisión.

 #Casado dimisión.


Vivimos en un país de pandereta. O eso es lo que nuestros vecinos opinan de nosotros cuando nos ven desde fuera, desde su realidad. Dicho esto, realmente me alegro de que el resto del mundo nos vea así, un país alegre, trabajador, pero sin exceso, serio pero sin amargura. Un país de gentes que saben , o por lo menos, intentan vivir la vida según nos viene, siendo fiel a la máxima de la felicidad clásica: “carpe diem,” “collige virgo rosas.”

La realidad española es, variopinta, lo ha sido así desde el principio de la historia. Llevamos en nuestros genes, en distintas proporciones, las esencias de todos los pueblos y culturas que han transitado por la península Ibérica, desde los tartesos, fenicios, griegos, romanos, visigodos y musulmanes. Somos, nos guste o no el resultado de ese ir y venir de pueblos por el suelo peninsular.

Esta mezcla, este sustrato del pueblo que hoy forma esa realidad menguante que llamamos España, ha tenido y tiene dos niveles (al menos para mí) de realidad. 

El nivel visceral del pueblo y el nivel intelectual, culto. Son ambos prácticamente insolubles entre sí, como agua y aceite, uno sobre el otro, sin mezcla sin tránsito entre sus capas. 

He dicho intelectual y culto, que no poderoso y dominante, porque estos dos niveles no obedecen a la distinción rico/pobre, noble/plebeyo. El pueblo visceral, es el que se levanta en Madrid el dos de mayo, es el pueblo sufrido y valiente, dispuesto a morir por su patria, aunque su patria lo ignore.

Desde finales del siglo XIX, hay una pugna entre estas dos formas de entender la realidad de España, las dos llevan un siglo intentando imponerse, la que busca avanzar, conservando ésa identidad propia que une sin fusionar, y la que desde la reflexión de la historia, busca superar un pasado ajado y crear un nuevo presente libre de la “gloria de las grandes gestas.”

Lo que hoy ha pasado en el Partido Popular, lo que viene pasando en España en la última década, no es más que esta lucha entre estas dos realidades, que como podemos observar, se dan incluso en el mismo partido. Ayuso es la España visceral, alegre, trabajadora, seria y divertida a la vez. Casado, la España adusta, que mira hacia Europa imbuido en un sentimiento de culpa, que busca un perdón y un permiso para estar entre los “mayores.”

Ejemplos hay más, pero este es el de hoy.


Enrique Fernández.

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