martes, 27 de diciembre de 2011

Delenda est Carthago.

¿Cuál es el futuro de la Unión Europea? ¿Qué Europa estamos construyendo, amparándonos en la crisis de la deuda y del Euro?
Estas son algunas de las preguntas que me hago a la vista de los últimos acontecimientos, y a la vista de las decisiones que los principales actores están tomando respecto a la idea y construcción de Europa.
El eje germano-francés, supone a mí entender uno de los mayores errores que el resto de los gobiernos de la Unión está consintiendo, bien de grado, o por la fuerza de las circunstancias. Europa no se puede construir mirando únicamente hacia Alemania y su modelo socio-económico. El llamado “milagro” alemán, ha venido funcionando por dos factores fundamentales: Uno, el importante peso del sector industrial en la economía alemana, cuya recuperación sobre todo en la antigua “República Federal”, contó con el inestimable apoyo de los países aliados, y su presencia en el núcleo fundador de la Unión Europea, hecho éste que le dio no solo estabilidad sino también un importante mercado supranacional hacia el que dirigir sus exportaciones.
Dos, el propio pueblo alemán, que tras la pérdida de las dos Guerras Mundiales, y sus devastadoras consecuencias tanto en el terreno político como social y económico, ha sabido resurgir, si cabe más unido, mostrando un sentido de responsabilidad, dedicación y esfuerzo, en el terreno socio-económico, muy propio de la mentalidad del pueblo germánico, y muy distante del resto de los socios, especialmente de los que comparten la ribera del Mediterráneo.
Estos factores, unido a su proceso de reunificación acontecido a mediados de los años ochenta, han situado a Alemania en una posición de ventaja frente al resto de los socios de la Unión, a la hora no sólo de afrontar la crisis, sino también de marcar las pautas en su resolución. Y es en este punto donde el resto de la Europa comunitaria se equivoca: Alemania no puede, ni debe marcar las pautas en la resolución de la crisis, no sólo de la deuda, sino también de la credibilidad de una moneda, creada para tiempos de bonanza, y a la que no se le ha dotado de mecanismos de defensa y reacción frente a los mercados. La composición de la Unión Europea es muy dispar, como dispar es el origen de los países que la componen, no sólo en tamaño, sino en historia, gentes, cultura y religión. Cada vez que Europa se ha enfrentado a un país que ha tratado de imponer su visión frente al resto de los pueblos, el resultado ha sido el mismo: el fracaso. Desde Roma hasta el III Reich, pasando por la España de los Austrias y el Imperio de Napoleón, las consecuencias para el continente han sido desastrosas.
No quiero decir con esto que nuevamente nos estemos enfrentando a una situación similar, sin embargo la pretensión alemana, que junto con el socio “oportuno” (Francia), están tratando de imponer, ineludiblemente se verá abocada al fracaso. A un fracaso entiéndase económico: el modelo de partida, pudo funcionar para Alemania, para su reunificación, y para un pueblo disciplinado que en ningún caso quiere volver a pasar por su historia reciente, de la primera mitad del siglo XX.
Sin embargo el actual modelo económico está agotado: lo está desde hace más de cien años, quizás desde el mismo momento en que Adan Smith, en su “Riqueza de las naciones” sienta las bases del capitalismo moderno, está también marcando el inicio del fin del libre mercado. La apertura al comercio internacional de los mercados coloniales, la “revolución industrial”, la “división del trabajo” y la “libre competencia” , ideas centrales del capitalismo, han devenido en un punto sin retorno, un crecimiento insostenible, que periódicamente se ha visto abocado a crisis cíclicas, tras las cuales las pérdidas de muchos, dejaban hueco al enriquecimiento de unos pocos, crisis, resueltas con guerras, guerras resueltas con la creación de nuevos organismos supranacionales, con los que tratar de anticipar y controlar de forma no traumática las sucesivas crisis, que el modelo reformado una y otra vez era incapaz de evitar. Un somero vistazo a los siglos XIX y XX, vale para afianzar esta idea: el modelo está definitivamente agotado. Ni siquiera la entrada en escena de los nuevos actores: China, Brasil, y las economías de su área de influencia, lograrán que el modelo perviva, en cualquier caso, tan sólo alargarán la agonía, derivando los centros del poder económico hacia nuevos escenarios: Asia y América latina, frente a Europa y América del norte.
Dicho esto, como aclaración al argumento del modelo agotado, que una vez más Alemania está tratando de imponer en el seno de la Unión.
El origen de la actual crisis, en el ámbito europeo, surge por una insostenible crisis de deuda: pública, en países como Alemania y Francia, y crisis de deuda privada, como especialmente: España. Las soluciones propuestas por Alemania, insisto, sólo pueden funcionar en una economía como la alemana, lo cual no es el caso ni siquiera de Francia, cuando menos, del resto de las economías de la Unión. Pero en cualquier caso tan sólo un remiendo más, en el ya caduco modelo capitalista. La solución al crecimiento desmesurado, no puede ser el frenazo en seco. No es el modelo lo que nuevamente hay que salvar, es Europa y tras ella, personas, siglos de cultura, de sabiduría de esfuerzo común, de victorias sociales y derrotas morales, Europa debe mirarse a sí misma y en su fuero interno preguntarse hacia dónde quiere ir: ¿qué camino, qué vía hemos de tomar? ¿Estará Europa, sus gentes a la altura del reto, podrá resurgir de sus cenizas, o perecerá en el último intento por su cortedad de miras?

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