martes, 24 de enero de 2012

EL PRECIO DEL RIESGO.

El análisis del riesgo siempre ha sido dentro de las entidades financieras la piedra de toque que las distingue, un buen análisis del cliente, de sus intenciones y de su capacidad de reembolso y solvencia, unido a otros elementos tales como el conocimiento del mercado, expectativas de negocio, crecimiento, etc., son fundamentales para realizar una buena evaluación del riesgo, y por tanto tomar una decisión acertada de cara a su concesión. Cuando esto lo realiza una entidad crediticia con sus clientes, está realizando una evaluación del riesgo, y a la vez valorando el mismo; está por tanto definiendo un valor, que determinará no solo al cliente para la entidad, sino el nivel de riesgo que ésta estaría dispuesta a asumir con dicho cliente, este valor, este “rating” será determinante a la hora de fijar tanto el nivel de endeudamiento a que queremos llegar, como el precio del mismo.
Y lo dicho vale tanto para la “tienda de la esquina”, como para la pequeña, mediana y gran empresa. Todas están analizadas por las distintas entidades financieras con una calificación que determinará el comportamiento presente y futuro en materia de riesgos. Como sucede en nuestra época de estudiantes, estas valoraciones no son fijas en el tiempo, son más bien “evaluaciones continuas”, que variarán en función de los parámetros analizados: la evolución de la empresa, su mercado y el entorno en que éste se desarrolla. Llegados a este punto hay una pregunta esencial, de cuya respuesta depende en gran medida la calidad y capacidad que las entidades financieras tienen para seguir en el mercado del riesgo, o bien desaparecer: ¿Quién y con qué herramientas realiza estas evaluaciones, estas valoraciones o en lenguaje financiero los ya citados “ratings”? En principio está claro que personas capacitadas para ello, pero además cada entidad tiene o debería tener herramientas (programas informáticos), que, adecuadamente calibradas lleguen al resultado de la nota final. Dicho esto, aclarar que por lo menos en nuestro Sistema Financiero, todas las entidades de crédito, no solo tienen este tipo de herramientas, sino que además las mismas, su funcionamiento y métodos de evaluación han de ser conocidos y supervisados por el Banco de España. Esto no supone la infalibilidad de los sistemas, ni de los analistas, y mucho menos es garantía de la devolución en tiempo y forma del riesgo, pero no cabe duda que ayuda bastante, y representa un “minimun” de garantía para la entidad.
Si extrapolamos lo expuesto para las empresas y el sector bancario a las Entidades Públicas, los Gobiernos Soberanos y demás Instituciones, nos encontraremos inevitablemente con las famosas “agencias de calificación”, tan en la picota en nuestros días… Si bien es cierto que no hay muchas (unas 74), tan sólo tres tienen un cierto renombre: S&P, Ficht y Moody’s. ¿Cuál es, desde mi punto de vista el principal problema del que adolecen dichas agencias? En primer lugar su ámbito de actuación, si bien parten de una visión, la del mercado Estadounidense, a lo largo de los años han ampliado su campo de actuación a todas las economías desarrolladas, y en definitiva a todos los países con intención y/o necesidad de acudir a los mercados financieros internacionales en busca de financiación para el desarrollo de sus políticas nacionales. Este es su principal problema, toda vez que si bien se instalan en dichos países, tanto los parámetros como las herramientas utilizadas, parten de una filosofía de “hacer estado – política- “propia de los Estados Unidos, y sus necesidades. Si bien es cierto que a priori se trata de sociedades independientes, sin vinculación directa con los gobiernos, no lo es menos que también son actores dentro del mercado financiero internacional, por lo que son “arte y parte” en las decisiones que, sobre todo, a la hora de calificar la Deuda Soberana, intervienen “privilegiadamente” en unos mercados cuyas decisiones vienen determinadas por las variaciones de dichos “ratings”. Esto nos lleva al segundo problema: la credibilidad y fiabilidad de las Agencias. Como indicaba en la primera parte, poniendo como ejemplo nuestro Sistema Financiero, el organismo supervisor de las Entidades de Crédito, el Banco de España, tiene que conocer y poder analizar las herramientas y los parámetros con que las distintas entidades califican sus riesgos. Esto sin embargo no ocurre con dichas Agencias, o por lo menos no se ven sometidas en nuestro caso desde la Unión Europea a una supervisión y control de sus métodos de valoración (hace unos días leía precisamente que la policía italiana registraba la sede de una de estas Agencias, incautándose de la documentación relativa a las valoraciones realizadas sobre la República de Italia). Entiendo que si bien nos “escuece” el continuo descenso de nuestras calificaciones y hablo no sólo de España, sino también de Francia, la citada Italia, etc., no deberíamos limitarnos, desde la propia U.E. a elevar “quejas”, discrepar, o asentir cual “cliente obediente” al dictado de la Agencia a sus propuestas, unas veces acertadas, otras tan sólo de manual, y últimamente en la mayoría de los casos, bastante desacertadas, toda vez que el foco de las mismas no está tanto en la “calificación” como tal, sino más bien en el “negocio” que su variación puede suponer, tanto en las rentabilidades obtenidas, como en los movimientos de los mercados de capitales desde un escenario: Europa, a otro: Asia-China, o incluso Estados Unidos.
La complejidad del actual panorama financiero internacional, cuyos efectos continuarán al menos en el medio plazo, agravado por importantes tensiones geopolíticas en el mundo árabe (primavera árabe) y Oriente Medio (Crisis del Estrecho de Ormuz-Irán). Nos tiene que llevar desde el seno de la Unión Europea, no sólo a recuperar el timón de nuestras decisiones, sino a exigir, en el ámbito de las Agencias de Calificación, una supervisión de sus métodos, herramientas, y en definitiva: valorar a dichas Agencias, por el conocimiento, experiencia y acierto en sus previsiones sobre aquellas Entidades Públicas Europeas sobre las que vienen emitiendo sus calificaciones.
En definitiva, no tenemos por qué asumir sin más que dichas Agencias aciertan siempre en sus valoraciones: nos va en ello el “precio de nuestro riesgo”.

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