martes, 31 de enero de 2012

Da mihi animas coetera tolle.


Hoy 31 de enero, la Iglesia celebra la festividad de un santo un tanto peculiar: “Don Bosco”. Sacerdote nacido en 1815 y muerto tal día como hoy el año de 1888. Es dentro de la Iglesia una ráfaga de aire fresco, precursor en muchos sentidos de los cambios que casi cien años después traería el Concilio Vaticano II.
Sin embargo no quiero hacer aquí un panegírico sobre su obra: conocidos son sus méritos dentro de la Iglesia, e innecesarios mis elogios a la obra de la “Sociedad de San Francisco de Sales” .
El recuerdo es hoy más para su obra secular, que para la misión religiosa, si es que ambas pueden separarse en una figura como ésta.
Don Bosco, nacido en el Piamonte, el mismo año en que Napoleón es derrotado definitivamente en la batalla de Waterloo, vive todo el proceso de unificación italiana, la pérdida por parte de la Iglesia de los Estados Pontificios y el movimiento anticlerical que durante el siglo XIX se extiende por toda la península italiana. Este siglo supone para Italia el nacimiento de la sociedad industrial, la migración del campo a las ciudades y la aparición de fábricas y factorías, que con la mentalidad propia de la época recurren al trabajo infantil en condiciones que cuando menos hoy nos parecen increíbles. Es ante esta realidad ante la que Don Bosco va a reaccionar, el cómo, y todo el proceso que lleva a la creación de la Sociedad Salesiana, está ampliamente documentado en las extensas biografías y memorias escritas sobre él. Tan sólo quiero destacar aspectos cuando menos llamativos:
- Don Bosco y las artes escénicas: Entre las muchas profesiones que a lo largo de su infancia y juventud llegó a desarrollar, las relativas al teatro, cine, artes gráficas e ilusionismo, fueron las que le llevaron a conectar con una juventud iletrada y totalmente subyugada por un trabajo que se desarrollaba en condiciones cercanas a la esclavitud. A través de estas actividades atraía a los jóvenes a sus escuelas y oratorios, propiciando un desarrollo personal e intelectual, logrando en la mayoría de los casos dotar a los jóvenes, no sólo de los conocimientos de una profesión, sino lo más importante: despertando en ellos su propia auto-estima.
- Don Bosco y las condiciones laborales: Una de las principales preocupaciones de Don Bosco respecto a los jóvenes a los que formaba y preparaba en sus escuelas y oratorios eran las condiciones laborales en las que desarrollaban luego su profesión. Tal es así, que podemos decir de él que fue en esencia el primer sindicalista, si no de Europa, sí desde luego del Reino de Italia, al estar documentado ampliamente en su biografía la creación de contratos de trabajo, en los que intervenía no sólo el patrón y el joven, sino el mismo Don Bosco, y en las ocasiones requeridas, el padre del joven en cuestión. No sólo llegó a lograr esta vinculación entre el trabajador y el patrón, sino que periódicamente visitaba a todos sus jóvenes verificando el cumplimiento de las condiciones de trabajo, desde los horarios hasta los salarios.
- Don Bosco y la Sociedad Civil. Tal es la importancia que en su momento llegó a tener su obra social, que el entonces gobernador Urban Ratazzi (1855), declarado anti-clerical (en su haber se cuenta la supresión de 35 órdenes religiosas, el cierre de 334 casas religiosas, la dispersión de 5.456 sacerdotes y religiosos, así como privarlos de sus derechos civiles), es el mismo que le indica e instruye sobre cómo debe fundar su congregación de tal manera que encajara dentro de la legislación civil, sin visos de elementos clericales.
- Don Bosco en el mundo: El reconocimiento de su obra con los jóvenes, su visión para adaptarse a unos tiempos convulsos y opuestos no sólo a la vida religiosa, sino a la Iglesia en general, llevaron a no pocos gobiernos tanto en Europa como en las recientes repúblicas de América Latina, a solicitar la apertura de centros de formación, para jóvenes, logrando una expansión y auge vocacional, no conocidos hasta la fecha.
- Don Bosco y la Iglesia: No cabe duda que su obra, su actitud frente al trabajo, y su forma de afrontar las relaciones entre patrón y empleado, se encuentran en la base de la encíclica del Papa León XIIIRerun Novarum” (1891), así como en la nueva visión sobre la labor de la Iglesia en la Sociedad, y su adaptación a los nuevos tiempos: Cuyo máximo exponente es la propia Obra salesiana.

Va aquí mi sencillo homenaje y recuerdo a Don Bosco, presente hoy en tantos jóvenes y algunos ya no tanto, formados y preparados en sus escuelas profesionales, colegios y Oratorios.

Como reflexión final: ante la crisis en la que estamos inmersos, una crisis no sólo material, económica, sino más profunda: espiritual, un vacío existencial que invade al hombre y lo aleja de sí mismo y de los demás, un vacío que refugiado en lo material, cuando esto se desvanece nos aboca a la desesperación: “Da mihi animas coetera tolleDame lo importante, dame al hombre y llévate lo demás. No es lo material lo que da el sentido. Es el hombre en el centro.

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